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Historia 6
por Stukov
   
  No tengas miedo, joven recién nacido, voy a narrarte una historia al amparo de tu madre. No tengas miedo, nada de lo que te cuente es mentira. Tus ojos acaban de ver la luz, y tu alma ha sido marcada por algo que escapa a mi entendimiento…mas es algo muy bello y de un gran poder. Deja pues que comience aquello a lo que he venido a relatar.
Han pasado muchos años, siglos, incluso milenios desde que esta historia comenzó. No es uno de aquellos relatos en el que la vida de héroes ya olvidados se escribe en un viejo y moribundo pergamino a la merced del tiempo y los eones. Esta historia comienza cuando la tierra que pisamos permanecía candente y los dioses eran jóvenes. Las estrellas no eran más que diminutos destellos fatuos a merced del destino, un destino todavía muy difuso y poco claro. Simplemente la existencia estaba limitada a los todopoderosos y poco más.
   Los dioses aunque entretenidos en vanos juegos de intrigas y amoríos fueron distanciándose más y más. Finalmente, todos ellos montaron en cólera y terminaron por alejarse definitivamente. Inicialmente, se dispersaron en direcciones erráticas por la joven tierra y fruto de esta diáspora misteriosa se empezó a llamar al suelo que pisaban como “Terra” que es la tierra que tú y yo pisamos en estos momentos.
Finalmente, cada uno de ellos, de los cuatro dioses se asentó en el norte, sur, este y oeste respectivamente y fraguó su propio reino alejándose para siempre de sus hermanos. Cada uno de estos reinos fueron los que bautizaron a los cuatro extremos de nuestro bello mundo. Tenían nombres por aquellos tiempos los dioses, es cierto, y muy bellos… pero ¡ay! Los eones los borraron de la memoria de la tierra.   
Pasó el tiempo, un tiempo todavía amorfo y despreciable ¿pues qué importa el goteo incesante de arena, el movimiento de los engranajes del tiempo ante la eternidad? Volvieron a reunirse los dioses, ya sin nombre, pues ninguno se acordaba del nombre de sus hermanos o incluso del suyo propio ya que el único acompañante que llevaban con ellos era el viento y la soledad. Curtidos por el paso de los milenios decidieron ponerse a prueba unos a otros para repartirse finalmente Terra y que ninguno volviera a deambular por el resto de la eternidad.
   En primer lugar, uno de los dioses se pronunció. “Yo ocuparé el lugar más alto de la bóveda celeste. Estaré encima de todos vosotros, ¡oh hermanos! Mi regalo para vosotros y muestra de mi superioridad será alumbrar la existencia de Terra y así, cada vez que veáis lo que traigo sabréis mi nombre.” Hizo una pira funeraria de proporciones titánicas y con su aliento, insuflándole fuego la prendió. Levantó su obra en llamas y alargando el brazo la puso en los cielos y proclamó: “Desde este momento, seré conocido como Sol, el astro rey, el señor de los cielos y me reino estará en mi creación.” Así habló el primer dios.
   Después de Sol, tomó la palabra una de sus hermanas. “Yo, para no ser menos que mi hermano, ocuparé un lugar homólogo a mi hermano Sol.” Recogió una gran roca y la emplazó a la misma altura que Sol pero muy lejos de éste. Recogió en su manto las pequeñas estrellas que ahora poblaban los cielos y depositando su luz sobre la roca la puso en el cielo, a la misma altura que Sol pero muy lejos de él. “Esta es mi obra, yo apaciguaré las llamas de mi hermano con el frío de las sombras de mi estrella pétrea, turnándonos en el baile celestial al compás de las estrellas.” Fue conocida la diosa como Luna y ese fue su reino provocando la furia del dios Sol por intentar emularlo, una disputa que continua hasta nuestros días. Así habló la segunda diosa.
   Levantándose de su sitio una tercera diosa con fama de ser dueña de gran conocimiento, escuchó lo que el viento le susurraba a los oídos, levantaba la cara para sentir el caer de la lluvia sobre la piel y meditaba con los ojos cerrados dejándose mecer por el suave ulular de la brisa. “Yo daré a Terra lo más bello. Mucho más de lo que vosotros, ¡oh dioses vanidosos! Entregaré esta tierra a mis hijos, las plantas y los animales. Nacerán, crecerán y morirán. Serán portadores de vida y crearán descendencia. Serán el vivo fluir del tiempo y estarán a su merced.” Así fue como habló la tercera diosa y todo floreció conforme entonaba sus palabras. La diosa conocida como Naturaleza, viviría en la lluvia y viajaría con el viento, acariciando sin cesar el alma de sus pequeños hijos. Todos los dioses quedaron sorprendidos por tal regalo hacia Terra.
   Solo quedaba un único dios sin hablar. Permanecía en silencio y con los dedos entrelazados se limitaba a escuchar con pasmosa atención a sus hermanos, entonces, levantándose de su asiento proclamó cual sería su gran legado. “Yo elegiré uno de los hijos de Naturaleza y le otorgaré a esa criatura un único regalo.” Todos los dioses rieron tal ocurrencia, mofándose de la insignificancia de tal regalo. “Mi regalo no será insignificante, pues yo a esta criatura le daré la libertad de elegir, de no creer en vosotros si así lo desea mientras permanecéis impotentes sin poder hacer nada. Elegirán a quien adorar y aún así no podréis hacer nada. Podrá dudar de todo, pues ese es mi regalo, la razón. ¡Sea Ciencia mi nombre!” Todos los dioses montaron el colera y lo desterraron para siempre de su vista, condenado a deambular en soledad para toda la eternidad.
*   *   *
   Naturaleza parió dos hijos de Sol: Satán, el primogénito, y Lucifer. A Satán le entregaron los reinos de los infiernos, bajo el manto de su madre Naturaleza. Sería el encargado de velar para que ninguna de las creaciones de los primeros dioses interfiriera en el orden universal bajo pena de tortura y condenación eterna, algo con lo que el sádico dios disfrutaba y gozaba en grado sumo. Esto hizo que perdiera la cordura poco a poco y siempre intentara bajo cualquier medio conseguir nuevas víctimas a las que atormentar. Sin embargo, a Lucifer, el más joven de los dos, se le encomendó la sagrada tarea de ser el mensajero de los dioses y mano derecha de su padre. Pero él se sentía celoso de su hermano y continuamente pensaba que era menospreciado por ser el más joven, por eso, secretamente urdió un plan para cambiar el orden establecido.
   Durante un banquete de su padre Sol, Lucifer intentó asesinarlo para poder ser él el nuevo soberano celestial. Sol descubrió la conspiración de su hijo menor Lucifer y enfurecido lo desterró para siempre a los dominios de Satán, para recibir el eterno sufrimiento. No obstante, Satán se apiadó de su hermano y le dejó morar por sus dominios sin recibir castigo alguno.
*   *   *
Ciencia, condenado a deambular eternamente en soledad sin más compañía que la soledad y la tristeza, observaba con alegría su obra, mas incluso así, estaba solo. Fue enloqueciendo por aquella tristeza y el ser repudiado. Llegó finalmente a una gran montaña que rasgaba los cielos, donde separaba el reino de Sol y Luna. Trepó por la escarpada ladera, mientras las aves de rapiña y las estrellas preguntaban a donde se dirigía en sus erráticos andares. Finalmente, Ciencia se alzaba en lo alto de la cima. Una vez allí, forjó una media-armadura con complejos mecanismos y un medio-traje rojo y negro. Cuando el dios despreciado había finalizado la tarea, tomó un hacha y con estoica templanza se partió en dos mitades idénticas, cada una de las cuales tomó una de las vestimentas dispuestas para la ocasión. Se miraron fijamente, los dos nuevos hermanos, los dos extremos del anterior dios. Así nació Magia, el némesis de Ciencia. “Hermano, tu me has liberado pero condenado a deambular desterrado por los nuestros. No te debo la vida, sino mi sufrimiento. Yo le regalaré algo a la humanidad y a los dioses, algo más grande que tu maldita compasión: La avaricia y el ansia de poder. Les daré mi alma para lograrlo y manipular así el corazón de la mismísima Terra si así lo desean.” Así fue como Magia salió volando, dándoles a ciertos hombres poderes distintos según fuera el alma que habían sido otorgados. Se desencadenaron guerras entre los hombres por ver quien mandaba sobre su hermano. La sangre tiñó los campos y emborrachó los ríos. Los fuertes sobre los débiles y la sangre seguía derramándose. Los dioses también lucharon entre ellos desde ese momento, y finalmente, llegará el día en que todo lo bello y lo malo que conocemos se apague para siempre para dar paso a la última gran batalla, a la tormenta definitiva para dar paso de nuevo a la calma. Una tormenta, en la que se recordaran los nombres de los grandes de la batalla. Esta tormenta, joven recién nacido, será la batalla del fin de los tiempos. Mas no te preocupes, conocerás las señas que las preceden, pues serán la ruptura de los siete sellos que constituyen la celda del corazón puro de Terra, sin el cual, todo lo que conocemos dejaría de ser como es para dar lugar a otra entidad. Es hora, ¡oh, recién nacido! de que sientas el traicionero regalo de Magia en tus venas y muestres el lado más íntimo de tu alma. ¿Quién sabe? Puede que tu seas el día de mañana uno de los más grandes guerreros que pisan Terra y leyenda se funda con los grandes guerreros de la antigüedad.
Puede que decidas ser tocado por el lado más brillante de Magia, el de la virtud del bien y consagrarte al dios Sol. Puede que seas un hijo de Naturaleza y elijas ser uno con sus creaciones para canalizar la gran furia que esconden los bosques. También, si así lo deseas, podrás luchar bajo los estandartes de la pura esencia de magia, del caos y la destrucción, para que llueva fuego de los cielos o sembrar la confusión entre aquellos que se opongan a ti y a la majestuosa Luna. Aunque, siempre que tu alma sea oscura y lo que desees sea el más oscuro favor de la mano del señor de los abismos, del mismísimo Satán, abrazarás la magia de los más oscuros abismos. Tuya es la decisión, pero, ¿será la correcta? Solo el tiempo te lo dirá, pero ahora descansa, pues aún eres joven y te queda mucho por aprender mi recién nacido.